jueves, 29 de mayo de 2008

Cuanto tú y yo fuimos una (2ª parte)


2º Trimestre

Aitana 24 semanas



A medida que mi vientre crecía se disipaban los temores y las dudas. Mis días se empapaban de la cotidianeidad de la escuela, rodeada de niños y niñas. Así te desarrollabas tú en mi útero, escuchando sus risas y sus juegos. Pero al llegar a casa te cantaba canciones de cuna mientras me duchaba, y, después me deleitaba observando en el espejo la redondez creciente donde te escondiste durante 42 semanas.

Yo te seguía llamando “bichito”, mientras te acariciaba a través de piel y tejidos. Eras mi dulce interrogante, aunque he de confesar que en sueños intuía que eras la niña que hoy eres, como si tú me hablases a través de la corriente sanguínea, a través de los fluidos.

Recuerdo con gran emoción el día que pronuncié tu nombre con certeza. Fue a las 20 semanas de embarazo. El doctor, de serio semblante y voz un tanto fría, fue nombrando cada sistema de tu pequeño cuerpo. Todo crecía como debía. “Corazón… normal; riñones… normales…” Tus órganos aparecían en la pantalla y aunque yo no entendía nada, miraba ilusionada la oscilante y cambiante imagen, como en cada ecografía: una ventana a tu pequeño mundo. Finalmente el doctor preguntó si sabíamos el sexo del bebé, y si queríamos saberlo. Yo contesté que sí quería saberlo, y él respondió “sexo… femenino”. Una lágrima de emoción rodó por mi mejilla. Ya tenías nombre: ya eras Aitana. La felicidad eras tú.

A partir de ese momento, al ponerte nombre, la espera se hizo más real. Y, paradójicamente, a partir de ahí todo fue mágico. Los primeros movimientos, que comencé a notar unas semanas antes, aunque difusos, se hicieron patentes, como si dijeras: “sí, estoy aquí, estoy creciendo”. Bailabas en mi vientre al son de las canciones y de la música de violín que mamá comenzó a ponerte cada noche, antes de irse a la cama. Yo me dormía mecida por tu vaivén, y no sabes cómo a día de hoy todavía te echo de menos de esa forma.

Participabas de cada faceta de mi vida, integrada en mí, del mismo modo que yo participaba de ti y de tu crecimiento diario. Te agitabas en la escuela, al escuchar las voces agudas de los niños y niñas más pequeños, que comenzaban a preguntar por ti, por mi creciente barriga y por otros misterios de la vida. Sin embargo te quedabas quieta, dormida, cuando escuchabas mi voz y en los plácidos paseos de la tarde.

¡Cómo echo de menos aquellos momentos! Papá, más consciente de tu existencia, acariciando mi barriga, así nos dormíamos los tres. Los primeros regalos, minúsculos vestiditos que quedaron guardados junto a calcetines de “juguete”. Cada cotidiano acontecimiento en nuestra sencilla vida nos hacía soñar cómo sería cuando tú estuvieses a nuestro lado. ¡Cómo echo de menos imaginarte!

El segundo trimestre finalizaba mientras yo tachaba los días en el calendario, cada día era un día menos para verte, para olerte, para tenerte. Y sin embargo, nunca volveremos estar tan unidas como entonces, como aquellos días felices que ahora son sólo recuerdos… pero ni siquiera entonces pude imaginar que sería posible la existencia de un amor tan puro e intenso como el que ahora siento.

Continuará…

1 comentario:

Lorena A. Martí dijo...

Ai que llorera por dios... Tu sabes qué regalazo para tu nena?? El día que lo lea... va a estar orgullosísima de su mamá...

Besotes